Seguramente, más de una noche te has metido en la cama con la cabeza llena de pensamientos; y te ha costado conciliar el sueño. Seguramente, alguna vez has estado en un lugar precioso, observando unas vistas espectaculares, respirando aire limpio, y sólo pensabas en si tenías el coche bien aparcado.

Tal vez eres de los que nunca faltan al trabajo, siempre tienes una sonrisa en la cara, siempre tiras del carro, no te desmoronas fácilmente, tienes una rutina cadente y más o menos agradable, una vida ordenada que te da la sensación de control, sabes lo que harás mañana, y pasado, y al otro, dónde irás de vacaciones… Hasta que llegan las vacaciones, o aquel fin de semana lleno de planes especiales y te pones enfermo. Siempre te pasa igual, te pones enfermo en los días en que te tocaría estar descansando o disfrutando.

¿Te suena?

Nos pasa a muchos. Vivimos en la mente y no nos damos ni cuenta de lo que el cuerpo nos pide a gritos. A veces el cuerpo sólo nos pide respirar profundamente, o mover ciertas articulaciones que tenemos un poco olvidadas (las caderas, ¿cuánto hace que no mueves la pelvis en círculos?). A veces alguien nos ha dicho algo que nos ha ofendido, que nos ha sentado como una patada en el vientre, pero nos hemos limitado inconscientemente a apretar los músculos del tronco, cual boxeador recibiendo un golpe, para encajar la ofensa con el mínimo dolor, y no perder nunca la compostura. Seguro que más de una vez te sorprendes a ti mismo apretando las mandíbulas y no sabes ni porqué.

Pues eso es vivir desconectado de tu cuerpo. Cuando no sabes el porqué. Cuando frente a situaciones de interacción con otros, no eres consciente de lo que realmente sientes y sólo prestas atención a los mensajes mentales «no digas esto, no hagas aquello, estate quieto, no pasa nada, no me importa, me aguanto porque soy educado, mejor me callo, que no me vean llorando,…» Muchas veces ni siquiera nos damos cuenta de que estamos enfadados por algo. Tampoco nos damos cuenta de que alguien nos gusta mucho, o no nos gusta nada. Nos pasa a todos, que no nos damos cuenta de lo cansados que estamos hasta que algo o alguien «nos permite» descansar.

La mayoría de las veces no lo relacionamos, pero al cabo de unos días de recibir un impacto emocional que no hemos dejado expresar corporalmente porque nuestra mente ha hecho de barrera de contención, sufrimos algun percance físico: un pequeño accidente, una torcedura, gastroenteritis, bronquitis, todas las «-itis», migraña, contractura muscular, dolor de espalda, etc. Hay tantos síntomas como cuerpos en el mundo.

Te han enseñado que los «impactos emocionales» no te afectan, no duelen tanto, no son importantes.

Haz la prueba:

Cuando te aparezca un síntoma físico, busca un poco atrás en qué momento te sentiste mal emocionalmente. Te parecerá una tontería, pero ESO, ésa aparente nimiedad, es lo que ahora te está causando este síntoma. ¿Sabes por qué? Porque en su momento no le diste importancia a esa emoción. No te permitiste sentirla.

Te pondré un ejemplo: una paciente extranjera residente en España, sólo regresaba a su pais por Navidad y aprovechaba para ver a muchos familiares y amigos. Eran dos semanas muy intensas, se alegraba mucho de reecontrarse con personas queridas, y ponerse mútuamente al día de sus vidas. Ella obviamente tenía mucho que contar, y casi siempre eran historias interesantísimas. Parecía que su vida en España no estaba mal, y así era. Pero durante dos años seguidos, al regresar de sus vacaciones, se pasaba 3 días en cama con vómitos. La segunda vez que le ocurrió pensó que los vómitos tenían que estar relacionados con sus vacaciones (y no era por las comilonas navideñas). Después de unas sesiones de terapia se dio cuenta de que durante sus vacaciones siempre había momentos en que sentía una profunda tristeza por tener que separarse de sus seres más queridos, pero no lloraba ante ellos ni tampoco les decía lo mucho que los echaba de menos. Siempre aparentaba que todo le iba genial. ¡Su cuerpo no tenía más remedio que vomitar el empacho de emociones contenidas!

En un proceso de terapia basado en la conciliación del cuerpo y la mente, aprendemos primero a identificar nuestras emociones y reconocerlas al instante. Luego les damos espacio, nos permitimos sentirlas y las acompañamos con el movimiento corporal que necesitemos (saltar, respirar profundamente, gritar, dar un golpe, recogernos, etc). Paralelamente trabajamos en el cuerpo para desbloquear las tensiones crónicas que se han instalado tras años de hábitos de contención y corregimos la tendencia natural a la contención. Tanta contención es al cabo del tiempo una bomba de relojería.

¿Te has sentido identificado/a con algún ejemplo? ¿Te ha resonado algo de lo que se ha mencionado en este post? Espero que te haya servido de algo. Y espero verte en alguno de nuestros talleres de fitness emocional. No dudes en compartirlo si crees que también le puede servir a alguien más.

Saludos y

Nos vemos en el próximo artículo.

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