El viernes pasado 5 de Junio salí del hospital, había entrado el lunes anterior por la tarde.  Aquel día me encontraba muy cansado, sin fuerza vital, como hacía ya varios días. Parecía una bajada de tensión, es el mismo síntoma que tuve en junio del año 2013 cuando sufrí un infarto, la diferencia es que entonces además sentía una sensación de quemazón en el pecho que avanzaba hacia mi garganta y me ahogaba.

Cuando tuve el infarto me sentí muy sorprendido y confuso, peleado con lo obvio, sin querer admitir que eso podía pasarme a mí.  Mi cabeza, mis ideas, mi ego se encontraba desorientado y perdido ante lo desconocido y a la vez lo evidente.

Yo conozco y he estudiado la expresión del cuerpo, trabajo con ello, pretendo que mis clientes amplíen su conciencia corporal y escuchen a su cuerpo como yo mismo intento hacer con el mío.

Intento respetar y venerar el cuerpo y su expresión como lo más auténtico del ser humano, y en ese momento de mi vida me encontraba confuso y perdido ante la voz de mi propio cuerpo que se expresaba, sin que yo pudiera saber que quería decir, o mejor dicho sabiéndolo y no queriéndolo admitir, mi corazón estaba herido, mi  órgano del amor se expresaba dolido y maltratado.

En marzo de 2014, de nuevo, volvía a sentir que mi pecho ardía y mi garganta se cerraba, cuando ya era casi insoportable la sensación desaparecía, esto ocurrió intermitentemente durante un par de horas. Los médicos me dijeron que esta vez era un espasmo coronario y que desconocían las razones que podían motivarlo de manera exacta; habían varias probabilidades, una de ellas era el sentir miedo.

He observado  las enfermedades ajenas, he leído los postulados de Alexander Lowen, Adriana Schnake y otros autores y coincido con ellos en que las enfermedades  son expresiones de lo no reconocido en la persona, es la forma que tiene el cuerpo de ser escuchado cuando necesita hacerlo, pues ya no tiene otra alternativa.

Muchas veces, antes, en mi propio proceso terapéutico había conectado con mi corazón herido, había sentido mucho miedo, he sentido el miedo de mi corazón, el miedo a vivir y expresar las emociones de mi corazón, un miedo sentido como real pero imbuido por mis pensamientos y mis traumas infantiles, por el ego como la construcción de mi personalidad que cuando era niño fue necesaria para sobrevivir, una construcción que fue un muro (como aquel disco de Pink Floyd que en mi juventud escuchaba una y otra vez sin ser consciente que tenía que ver conmigo), un muro que me protegía del miedo a exponerme y ser visto, y que me separaba de mostrar a los demás lo que necesito.

[ctt title=»Lo que necesito dar y recibir no es otra cosa que Amor, por que tanto miedo.» tweet=»Lo que necesito dar y recibir no es otra cosa que Amor, por que tanto miedo.» coverup=»6KMXb»]Sólo que ese ego construido me hacía creer a mí y a los demás que yo de eso no gastaba, que mi corazón era autosuficiente.

Y una cosa es comprenderlo en un proceso terapéutico y otra diferente es llevarlo a la vida. Y en mi vida ha sido necesario que mi corazón muestre sus heridas para enseñarme a sentir la vida.  Por eso, en terapia, pretendo que mis clientes lleven a su vida lo que trabajamos en sesión.

Ingreso el lunes en el hospital a última hora de la noche y estoy en observación durante el día siguiente. Los cardiólogos deciden hacer un cateterismo para observar mis arterias en detalle. Tras un rato en la mesa de operaciones  sintiendo un fino catéter rasgar mis arterias y tocar mi corazón , los doctores, ambos expertos cirujanos y personas maduras -o eso es lo que me transmitían-  me preguntan si hace mucho tiempo que tengo estos síntomas.Yo contesto que hace unos meses que siento este cansancio y la sensación que no tengo fuerza. Me explican que una arteria coronaria está tapada prácticamente al 100 por cien, que sólo un hilo de sangre es capaz de atravesar ese trombo que obtura la circulación sanguínea y llegar al corazón, sobrevivo porque otras arterias colaterales asumen ese esfuerzo en la medida de sus posibilidades (que son limitadas) ocasionando los síntomas que describo.

Su actitud es seria y severa y me dicen que la operación no puede continuar por hoy, que destapar y sanar es una tarea larga, compleja y arriesgada que requiere de una nueva valoración. Me preguntan por mi familia, contesto que estoy solo, como muchas veces en mi vida, estoy y me siento solo, mi pareja no ha podido llegar, mi familia esta escindida por peleas antiguas, mi amigo íntimo por una confusión tampoco está y en el fondo solo estoy yo en la camilla de un quirófano.

A mí me toca asumir la responsabilidad de mi vida en ese momento, y soy capaz de sostenerlo.

Los cirujanos reiteran su determinación y me anuncian una futura operación en dos días o la semana que viene.

Cuando oigo la decisión de los cirujanos me siento solo ante la vida y ante la muerte y en ese momento me aflojo y me dejo caer más con todo mi cuerpo en una camilla de la que no me he movido en la media hora que llevo en ella. Desde fuera el movimiento es inapreciable, quizás unos milímetros, desde dentro es una caída a plomo en la evidencia de lo que es. Siento miedo a morir pero  siento que también puedo vivir, siento que ahora estoy vivo y que mi corazón tiene ahora todo el espacio que quizá no ha tenido hasta ahora. 

Me siento en un vacío, un vacío incierto de no saber qué va a pasar y por extraño que parezca me siento seguro en mí, no sé nada más, como un buen amigo me dijo un día: «sé que no sé, y siento que me entrego a la vida que es quién decide y decidirá al final, yo sólo puedo estar presente en mí».

El silencio se rompe con el ajetreo del personal sanitario desmontando toda la parafernalia de la operación y preparando mis traslado a la habitación, me siento alegre de compartir la vida que transmiten estas personas, muy jóvenes todas, de las que me llega su ilusión y una  felicidad que intuyo es por hacer un trabajo que les llena, aunque esto es una idea mía. En Gestalt lo llamaríamos una proyección.

Cuando llego a la habitación me siento triste y lloro, recibo la visita de mi hija, una amiga y compañera de trabajo de muchos años y mi pareja. Con ella, mi pareja, me rindo menos de lo que quisiera. Ella se abraza a mí llorando, tengo ganas de abrazarla y ser yo quien busque su apoyo, pero en ese momento no puedo.

El día siguiente a media mañana me anuncian que no tendré que pasar la angustiante espera de que llegue el día de la operación, pues me llevan immediatamente al quirófano. La vida, como en otras tantas ocasiones, vuelve a ser generosa conmigo.

Me siento presente en mí, es decir sin expectativas y abierto a lo que pase, vacío de pensamientos, con el peso y la convicción de aceptar lo que hay y lo que toca.

En este estado entro al quirófano y no siento miedo, sé que no sé, como decía mi amigo. El catéter entra en mi arteria y siento que permito que ocurra, que estoy abierto, sorprendentemente apenas hay dolor, a diferencia de la anterior ocasión. Esta vez la intervención la hacen dos médicos jóvenes con los que me siento a gusto incluso en su indiferencia, pues hacen su trabajo de manera eficiente mientras charlan animadamente. Parece fácil hacer lo que hacen y seguro que no debe serlo en absoluto,  eso me hace sentir cómodo, yo sigo en mí, ellos en lo suyo y yo en lo mío, me siento seguro.  La vida me sorprende de nuevo y la operación acaba en apenas veinte minutos, la delicada voz de la joven doctora me anuncia que la arteria está limpia, que han colocado un stent y que todo está correcto, rápida y fácilmente.

Al poco rato siento mi pecho liberado, con menos peso y esa sensación va aumentando en los días siguientes.

Este viernes se cerraba mi tercer episodio de crisis cardíaca.

¿Qué es lo nuevo para mí? ¿qué me ha pasado y quiero transmitir con toda esta experiencia?

La vivencia de entregarse a la muerte y a la vida, esto es lo que ha cambiado esta vez para mí.  

[ctt title=»Me siento presente en la vida y abierto a sentir, esto es lo mas importante.» tweet=»Me siento presente en la vida y abierto a sentir, esto es lo mas importante» coverup=»aVZf1″]

He terminado de escribir este artículo y me he levantado de la silla. Me he acercado a mi hija y le he pedido permiso para darle un beso, lo he hecho y he sentido amor por ella, amor maduro y sereno, tal como siento que ahora está mi corazón.

 

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