Autoestima y vanidad

Esta mañana, sábado cuatro de noviembre,  he realizado  el Taller de Autoestima.  Por la tarde viajo a Vic en un bus y reflexiono sobre el Taller. Ha sido muy enriquecedor para mí, he puesto en práctica algunas dinámicas nuevas y el grupo ha sido muy participativo y activo, me he sentido con ganas y el feedback final de los participantes ha sido muy positivo, me dicen que se llevan muy buenas sensaciones y que les han servido los trabajos realizados.

Esto me hace sentir satisfecho y a la vez cansado, he aprendido y me he sentido enriquecido por el trabajo y la interacción con el grupo.

Sigo revisando mentalmente el Taller y descubro alguna inquietud que hace referencia al comentario de varios participantes que mencionan que su autoestima está vinculada a la valoración externa, “si los demás me ven bien y me valorar mi autoestima crece, si no es así casi me hundo en la miseria”.

La autoestima desde la Terapia Gestalt no tiene que ver con este tipo de valoración externa, es un concepto que intento transmitir en el Taller y que puede resultar chocante. La Autoestima tiene que ver con la aceptación incondicional de los que nos pasa y se forja en nuestra etapa infantil, desde que somos bebes, por parte de nuestros padres y en primera instancia por nuestra madre.  Su presencia nos devuelve la conciencia de que los que nos pasa, sea lo que sea, está bien y es aceptado. Y cuando hablo de lo que nos pasa me refiero a necesidades básicas y emociones, sentir en sentido amplio.

Si un bebe tiene hambre, sueño, incomodidad, siente tristeza, miedo, enfado o alegría, lo que sea que necesite, amén de satisfacer esa necesidad es que su madre lo acoja y acepte lo que hay incondicionalmente, la madre lo ama y lo demuestra de esta forma, cuidándolo y aceptándolo. Él bebe aprende en la actitud primero de su madre como espejo y después de su padre,  que eso que le sucede es aceptado y cuidado y  que él lo merece, es valioso para su madre y también para sí mismo.  Gracias a este aprendizaje podrá diferenciarse poco a poco de su madre aceptándose y cuidándose por sí mismo a medida que crezca. Esto es la Autoestima.

Ya como adultos podemos identificar la autoestima recordando  las preguntas que al respecto, realizaba Virginia Satir, prestigiosa terapeuta familiar estadounidense ya fallecida. Ella preguntaba a las personas con las que trabajaba: ¿Que sientes? La respuesta, cuando la persona podía identificarlo, podía estar referida a necesidades o emociones, lo más primarias posibles, como cuando éramos niños; después hacía una segunda pregunta: ¿Cómo te sientes sintiéndote así?  Y esta era la pregunta de la autoestima, la que nos devuelve la actitud de nuestros padres, esta vez siendo nosotros quien ejercemos ese papel sobre nosotros mismos. Si la respuesta era aceptadora, acogedora, cuidadora de lo que sea que siento o necesito realmente, la autoestima tiene sentido para la persona.  Si por el contrario juzgamos, nos peleamos o no queremos aceptar lo que nos pasa, existe un conflicto de autoestima.

A mí me ha pasado y me pasó este conflicto, el sábado, por ejemplo, después del Taller, me ocurrió,  lo experimenté e identifiqué:

Tras recibir los feedback me sentí satisfecho y cansado, un sentir y una necesidad, ambas me invitaban a descansar plácidamente en el sofá con una agradable sensación corporal. No obstante también percibía una aceleración mental, una cierta euforia, una voz dentro de mí que me decía ¡Qué bueno eres tío! ¡Qué bien ha salido todo! Si le daba espacio podía oírme decir que el Taller había sido un éxito ¡Que buen terapeuta soy!  Si permitía el efecto corporal que ese pensamiento tenía podía darme cuenta de que mi respiración se centraba en la parte alta del pecho y que tenía un efecto como si me inflara, no me era difícil imaginar que mi caminar sería con las piernas tensas y rápidas. Me era fácil reconocer este proceso pues muchas veces lo he experimentado. Mi imaginación, si lo permitía, podía dispararse a situaciones futuras creando nuevos Talleres con éxito similar o superior, una ilusión de futuro rico y pleno lleno de éxito y triunfo.   Durante este proceso me daba cuenta de que renunciaba a atender a una necesidad básica: estaba cansado, y estaba haciendo todo lo contrario a lo que necesitaba.

¿Pero que era esto que movía a renunciar a parte de mí?  La respuesta era Vanidad, un pecado (dejarme utilizar este palabra aunque sea asociada a una religión católica que en muchos aspectos tanto me ha perjudicado)  del ego.  Sí,  mi Ego estaba detrás de todo esto, en un camino paralelo y a pocos metros de mí.   Para mi Ego es más importante ser visto que atenderme, que los demás me reconozcan a hacerlo yo mismo.  Mi ego es dual y solo me entiende juzgándome, esto esta bien y esto está mal (y el juicio también forma parte de la religión católica) y en un extremo es éxito y triunfo, pero en el otro extremo es fracaso, la otra cara de la moneda.  Y así cuando en otro Taller mi ego no reciba la respuesta que espera, el reconocimiento vanidoso inflado con la ilusión de éxito, y el Taller no salga conforme a las expectativas que ha creado se hundirá en el fango del fracaso más absoluto, el ego es polar, cuanto más éxito, más ilusión  y cuando no más fracaso, más desilusión.  Yo lo he experimentado en múltiples ocasiones a lo largo de mi vida personal y profesional.

Pero esto me gustaría terminar este post diferenciando entre la vanidad, que es ego, y no es autoestima, no nos confundamos.

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